El bien y el mal

Piensa en un combate. Una lucha desigual entre fuerzas opuestas. La mítica y ancestral guerra entre el bien y el mal. Una eterna batalla que se libra cada día en los sitios más insospechados. No se trata de una guerra abierta, con cientos de muertos y medios de comunicación de todo el mundo rellenando columnas y más columnas con muertos y explosiones. Se trata más bien de una guerra fría, con miles de focos abiertos a lo largo del globo. Se libra cada día en cientos de hogares, centros públicos, privados... No hay distinción. El mal acecha en cada rincón y es un avezado contrincante en esas lides.

No te imagines un mal personificado en algo tan pueril como un demonio con capa y rabo terminado en anguloso bulbo. El mal sabe camuflarse en su entorno para pasar desapercibido ante nuestros ingratos ojos. No lo vemos pero, de alguna manera, lo percibimos, lo olemos. Aunque cuando uno huele el mal, suele ser demasiado tarde. Es un camino en el que, una vez cruzas la línea roja, no hay vuelta atrás. Cambias para siempre. Algo se altera en lo más profundo de tu ser. El mal es un ente aterrador. Cargado de oscuridad. Una vez sus efluvios te dan alcance, se apodera de ti y te entra por todos los poros de la piel, inundando de inhumanidad tu cuerpo mortal y tu alma.

Pero al igual que donde hay oscuridad siempre hay luz, hay un poder que coexiste con la maldad y la combate. Este poder, el bien, es algo más tangible. Es algo que podemos tocar, ver e incluso saborear. Es algo tan terrenal y tan inherente al mal, que cuesta creer que no siempre esté allí donde habita y surge el mal. Es algo totalmente complementario al mal y gracias a eso, con su sola definición, es posible desenmascarar al mal. Que lo que aprendas aquí no caiga en saco roto. Aprende a luchar contra el mal. Usa las herramientas del bien que te presento:

Los ejércitos del bien dispuestos a combatir el mal.

Somos lo que comemos

Queridos lectores, en esta época que nos ha tocado vivir, en la que chupar un recto abre más puertas que pasar cuatro años fumando en uno de esos centros diurnos llamados universidades, no merece la pena estudiar. No merece la pena pasar años y años acumulando apuntes y latas de cerveza, a no se que queramos batir el guinness de la colección de latas de cerveza más grande del mundo. En ese caso sí merece la pena.

Pero claro, la alternativa a los estudios consistente en meter la lengua en oscuras y peludas cuevas de carne tampoco es muy atractiva. Es asqueroso ¡Y sabe muy mal! -o eso dicen-. Esta alternativa sólo es válida en casos de pérdida total del sentido del olfato y/o la dignidad.

De modo que ¿Qué nos queda? A priori, la respuesta correcta es el suicidio. Salida noble y elegante elegida por muchos, aunque con el inconveniente de la muerte y la condenación eterna. "Eterno" puede llegar a ser mucho tiempo. Que se lo pregunten a John Wayne. Pero no, no sólo nos queda esta bonita salida. Hay otra, mucho más fácil que estudiar, más limpia que lamer un recto y que no te ata por toda la eternidad a un mundo de lava ardiente y señores con cuernos y huevos colgando.

Este místico y secreto modo de vida está ligado a un dicho muy popular que dice así: "somos lo que comemos". Al decirla, la mayoría de la gente piensa que hace referencia solamente a que si comemos mal, tendremos una mala salud, y a que si comemos bien, gozaremos de una salud a prueba de bombas -literalmente-. Pero hubo un visionario que supo ver más allá de las palabras -Visionario, ver... Sí todo encaja-. Este visionario que desarrolló su vida e intelecto en la antigua Grecia, supo descifrar el verdadero significado de este dicho: Si comes algo, te conviertes en ello. Así, este mago de la biología y la filosofía, este Cadillac humano, pensó que si quería ser matemático, sólo tendría que comerse a un matemático. Y así lo hizo. Se comió a un gran matemático y adquirió su conocimiento. El matemático devorado se llamaba Tales de Mileto, y el matemático resultante se llamó Pitágoras. Pero el secreto salió a la luz, y llegó a los oídos de un humilde limpiador de letrinas que, estando un día debajo de donde hacía sus necesidades Pitágoras, aprovechó la oportunidad y lo devoró. Ese fue el nacimiento del célebre matemático Euclides, que a su vez fue devorado por un mozo de cuadras analfabeto que más tarde fue reconocido en la historia como Arquímedes.


Pitágoras: uno de los mayores caníbales de la historia.


Sí amigos, los grandes matemáticos de la Grecia antigua fueron en realidad la misma persona devorada una y otra vez. Con cada acto caníbal se adquirían nuevos conocimientos, como desatascar letrinas o limpiar vacas. Increíble pero cierto. Es historia. Está en los libros.

¿Y cómo podemos sacar nosotros partido de esto? La respuesta es fácil. Comiéndonos lo que queramos poner en nuestro currículum. Un licenciado en Comunicación Audiovisual, una psicóloga, una enfermera... Cualquier especialidad puede ser bocatto di cadinale si se condimenta bien. ¿Para que perder 4 años o más de nuestra vida estudiando algo que puede ser nuestro sólo con matar y devorar a un ser humano? Exacto, nada.

Que aproveche.