Las vueltas vuelven a volver

¿Cuántas veces se puede volver? Es decir. Reformulo. ¿Cuál es el número de "vueltas" perdonable por un ser humano medio? Supongo que hay tantas respuestas como seres humanos. Cada cual tiene un umbral diferente para todo. Desde el umbral de dolor al defecar hasta el Umbral que viene a hablar de su libro. Pues bien. ¿Qué puto número es? Te lo pregunto a ti. Lector. Espero tu respuesta en forma de comentario. 

Random photo.



Debería quedar meridianamente claro que esta entrada pretende ser el pistoletazo de salida para una nueva edad de oro de aqueste blog, tan vilipendiado por mí, su propietario. A diario sale de mi mente cual trama de película mala y, en ocasiones, vuelve. Vuelve a mí en forma de perro defecando en la calle, anciano gritando a nubes o, como es el caso, comentario anónimo en una entrada de hace tiempo llamada "El increíble viaje de maíz", en el que hablo sobre la capacidad de los maíces de salir intactos del increíble viaje que supone nuestro tracto digestivo. De modo que he de agradecer (y tú también si estás leyendo esta mierda) a ese anónimo surfista de la red de redes que, en pos de amar al prójimo, dejó un comentario que me hizo releer la entrada y darme cuenta de que tengo una maravillosa misión par con el resto de la humanidad. La misión puede que no este del todo clara; puede que no sea una misión en absoluto y todo se trate de vomitar mis palabras a través del teclado directamente a los ojos de los lectores. Puede que la imagen de vuestros ojos rezumando vómito sea todo lo que necesito. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que pretendo subir una entrada por semana. No es demasiado y puede que hasta dentro de varios meses no me vuelva a escupir la musa del blog en la nuca, PERO, la intención está ahí. Y esa intención es la que debería modular tu umbral de perdón con esta, mi enésima vuelta. 

Y ya. 

El increíble viaje del maíz

Tras más de un año de inactividad, la Cúpula de la Ira anuncia a bombo y platillo su vuelta a la red de redes. Una vuelta llena de sorpresas, y duradera en el tiempo, hasta que internet pase de moda, o hasta que me vuelva a cansar de escribir para nadie. Sí, exacto, si dejé de escribir es por vuestra culpa, ineptos lectores que preferís el HOLA a la calidad que os ofrece aqueste blog. Yo os maldigo. Estoy un poco agitado, voy a por mis pastillas.

Bien, dicho esto, podemos centrarnos en el título de esta entrada: el increíble viaje del maíz. Por supuesto no me refiero al proceso de que una anónima mazorca del norte de Iowa se convierta en parte de un banquete de boda, sino en el maravilloso y sorprendente viaje que tiene que hacer un grano de maíz para salir intacto por el recto de una persona y/o animal.

Seguro que os ha pasado, tras descomer como un señor (o señora, no quiero problemas con feministas, aquí sois igual de insignificantes ambos sexos), miras abajo y ahí está: un maíz, intacto, sonriente a su manera, como diciéndote que tus tripas han sido algo divertido, como poniendo en duda tu sexualidad y la capacidad de tu cuerpo para procesar comida. Es algo mágico y trágico a la vez. Tramágico. 

Se ríen de tí

¿A qué se debe este singular pliegue del universo? Lo normal es que el maíz sea triturado en la boca, o muera abrasado en los jugos gástricos, pero no, sale como ha entrado, como si tuviera un protector traje invisible. ¿O puede que sean súper maíces? ¿Serán capaces de volar o darnos poderes? ¿Deberíamos meter la mano en nuestra mierda y volver a comerlos para nutrirnos de su aparente inmortalidad? 

Rutiguer, inmortal, se comió una mierda así. Demasiado vago para limpiar el maíz.

Puede que, al fin y al cabo, el viaje de Ponce de León en busca de la fuente de la eterna juventud fuera una pérdida de tiempo. Quizá esa ansiada fuente de poder se encuentre mucho más cerca de nosotros, más a mano. Pero, ah, ¿quién es el valiente que da el primer paso? Porque, no lo dudéis, aquel que dé el primer paso, meta la mano en su mierda y recoma el maíz, aun cuando funcione, es decir, aun cuando se corrobore que es inmortal por haber comido ese maíz, será juzgado por la sociedad por haber comido algo que ha salido de su culo. Así pues, invito a los lectores a ser valientes, decir, quiero ser inmortal y comer vuestra caca. Una vida infinita os espera al otro lado de la mierda, una vida abocada a la vergüenza, pero infinita. Pensad en ello. 

Los problemas de sobrepeso de Bibendum

Bibendum: francés, imagen de marca de Michelín, centenario, adorable, bueno con los niños y con los mayores, se preocupa por nuestra seguridad y protege a la ciudadanía. Es afable y siempre esgrime una sonrisa. Pero esa sonrisa oculta un grave trastorno alimenticio. 

Y es que, ¿A alguien le parece sano o natural un ser humano al que le sustenten sus michelines? ¿Un ser humano al que, al parecer, le han salido tumores de grasa por todo el cuerpo? Basta ya de tanto marketing sin escrúpulos. Bibendum muere cada día un poco más, rumbo a un ataque al corazón o a una amputación de sus piernas por la diabetes. 

Violo niños. Fuck yeah.

Pero no. Nos lo presentan como un triunfador. Una especie de David Hasselhoff mórbidamente obeso. Es la imagen de la seguridad al volante, aunque su oronda panza no le deje llegar a agarrarlo. Un drama.

Dejamos a parte el hecho de que sea blanco como la leche y carezca de nariz. Seguramente se deba a un accidente o a alguna tronchante enfermedad que no viene al caso. Pero su problema con la grasa sí que viene al caso. No podemos dejar que los niños crezcan con la promesa de una vida plena y llena de felicidad gracias a la grasa. Los niños deben crecen sabiendo que para alcanzar la felicidad les debe tocar la lotería, o un cónyuge millonario. Es la única manera. 

¿La solución? Algunos la tildarán de drástica, pero deberíamos sacrificar a Bibendum. Acabar con su enmascarada agonía y crear un Bibendum nuevo, igual de muerto por dentro, pero más delgado y, por lo tanto, mejor. 

Y YA ESTÁ.

Goofy tiene retraso mental

Es algo que nos lo olíamos. Su risa, su expresión perennemente perdida, el hecho de que su perro sea más avispado que él... Disney nos lo puso fácil. PERO.

Ha sido hace poco cuando lo he podido comprobar. Y es que, de niños, veíamos a Goofy como un adorable -¿salmón de secano?- animalito, torpe y simple que nos hacía sentir bien porque pensábamos que hasta nosotros le ganaríamos al poker. Pero ahora, de mayores, que la vida nos ha vapuleado y nos ha enseñado que Goofy moriría abrasado al primer intento de hacer un pollo asado, lo vemos con otros ojos. Más críticos, más inyectados en sangre. Lo vemos así:

 Goofy haambre.

Su sonrisa, sus piernas con algún tipo de enfermedad que las hace estar arqueadas, su mano torcida en una horrible garra deforme, el cuello girado unos grados de manera que siempre haya un hilo de baba asomado a la comisura de los labios... Todo muy grotesco, muy subnormal.

Y ahora me pregunto yo ¿A quién se le ocurrió que este era un buen ejemplo para los niños? ¿Qué clase de monstruo pensó que era buena idea dejar la educación de los niños en las manos de un mongólico? ¿Acaso esta mente hitleriana pensó que los niños se sentirían bien riéndose de un animal con retraso? ¿Significa esto que todas las generaciones que hemos crecido con Goffy somos una especie de experimento sociológico para ridiculizar y acabar con el retraso mental? Preguntas. Una vez más. Preguntas sin respuesta en aqueste infame blog. 

De modo que ya sabéis, la próxima vez que veáis un programa de Goofy decid NO. Se empieza con Goofy se termina con el caballo debajo de un puente.

Y FIN.

La perfección de los melocotones en almíbar

Los melocotones son como las personas: los hay gordos, pequeños, grandes, pesados, secos, deliciosamente húmedos, peludos, deformes, con bicho dentro, podridos... Pueden ser de muchas maneras, pero al igual que las personas, no son perfectos. ¡AH! Pero hay unos melocotones que se creen mejor que los demás. Son lisos, regulares, repeinados y de un amarillo anaranjado perfecto; se podría decir que son los arios de entre los melocotones.

Hablo, por supuesto y como reza el título de esta infame entrada, de los melocotones en almíbar. Nunca encontrarás, estimado lector, un melocotón en almíbar que no sea la suavidad personificada o, mejor dicho, la suavidad melocotonizada. Siempre tienen un aspecto inmejorable, sin zonas oscuras, pelos, irregularidades o bultos. Siempre muestran un liso perfecto y un tamaño perfecto. 

¿A qué se debe, me pregunto yo, esta perfección? ¿Acaso todos los melocotones en almíbar son descendientes o clones de algún melocotón perfecto creado con ingeniería genética en un oscuro laboratorio de Corea del Norte? ¿Será el almíbar el que dé ese acabado perfecto a los melocotones? ¿Los pule y suaviza como si de un tierno riñón humano se tratara? ¿La falta de hueso hace que se consiga esa perfección? Preguntas...

Míralo bien, se cree mejor que tú. Es mejor que tú. 

Si extrapolamos todas estas hipótesis al cuerpo humano nos encontramos con cuestiones interesantes. Si quitáramos todos los huesos a una persona, ¿quedaría suave y aterciopelada? ¿Un baño de almíbar diario puede ser la tan ansiada fuente de la eterna juventud? ¿Deberíamos empezar a enlatar personas?

Puede que nunca hallemos las respuestas lanzadas en este blog, quizá nadie se atreva a contestarlas, pero una cosa está clara: Don´t trust de peaches!